Samuel omite el apellido y lo único que dice “Soy del norte de la ciudad de Barranquilla, un bacán de cinco pisos que ama la ciudad.”
Lo entrevisto en todo el centro de la ciudad, Paseo de Bolívar.
Samuel no se siente culpable de nada. Sin embargo, a veces piensa que carga la culpa de ser juniorista.
-¿Por qué?, le pregunto.
-Porque el junior es una religión, con un templo y unos rituales, una feligresía y ciertos pecados.
-¿De dónde sacas esas cosas?
-Todo en la vida tiene una explicación, me responde mirando sus zapatos. Además, todo lo que hacemos, lo hacemos para darle sentido a la vida, al tiempo límite de la respiración humana. La ciudad es un mundo complicado y nosotros estamos en todo el centro de la vida y la muerte. El junior, aunque usted no lo crea, le da forma y sentido a mucha gente.
Samuel se prepara cada domingo para disfrutar el partido de su glorioso junior. Sabe muy bien que algunas veces las cosas fluyen y en otras no, como cuando gana o pierde el junior. Él cree que hay una armonía visible en la ciudad, porque las crisis económicas se adelgazan cuando triunfa tu equipo del alma.
Por el contrario, cuando el junior no alcanza una estrella, hay en la ciudad un sentimiento de pérdida, un conflicto serio con el éxito. Las gentes tienen miedo de ganar y muchas veces ese dilema terrible lo encarna el junior.
-Porque el junior, me dice, es el alma de la ciudad, el pararrayos.
Samuel no se detiene, es esa clase de juniorista que piensa, reflexiona, no traga entero y van al baño pero con un libro bajo el brazo. “El junior a veces forma parte de esa mancha escatológica del mundo, de las alienaciones mayores. Afortunadamente siempre existirá un dios y el junior. Bueno, no es solo el junior, el Barcelona…”
-¿Qué cómo me siento cuando pierde el junior? La derrota es tan necesaria como el triunfo, pero cuando pierde el junior no puedo dejar de sentirme perdido y confuso. Hay una parte de mí que se desalienta y me siento abandonado por los dioses del juego. Es cuando más me convenzo que el junior es una mierda. La ciudad tiene mal aliento y todo es más difícil, respirar, lanzar un piropo, ir al baño, comprar un auto, contemplar el cielo, hacer un negocio o jugar a las escondidas. Afortunadamente la crisis es pasajera y el junior tendrá que jugar otra vez, así como nos toca a nosotros ir al centro comercial y regresar otra vez a casa para calmar la sed.
-Samuel, le digo, todavía no he logrado comprender lo del pecado.
-No hay, me dice, religión sin pecado. Creo que son los fanáticos descarriados, desmadrados del junior. Las sociedades humanas no son perfectas, sobre todo las nuestras porque siempre aparece un desquiciado – como en el Brasil – fracturando la normalidad, esa realidad recargada a veces de belleza extrema. Aquí mismo en Barranquilla, en Medellín o Bogotá. Ellos representan el dolor, la angustia, la injusticia social, la inequidad, la desesperanza de la ciudad. Es la anti-poética, pero también la anti-utopía de la ciudad. Ellos no lloran, porque se están vengando del mundo; ellos no rezan, porque su dios es la muerte; ellos no ríen, a penas gesticulan el dolor de burlarse de sí mismos.
Samuel tiene un cigarrillo en las manos y un trago de whisky en la mesa, esperando una boca que lo bese. El hielo no se ha agotado en el vaso, mientras el calor del trópico lo sentencia a muerte. El es apenas un sueño, un tiro al blanco y sabe muy bien que nada es eterno, ni el pecado ni la culpa, ni el junior.
-No sé sí lo has notado, dice, pero creo que el estado de ánimo de la ciudad, es el mismo estado de ánimo perro del junior; lo mismo ocurre con la selección Colombia y la nación. ¿De qué país crees que son los jugadores del junior? De un mundo comprimido, ausente, escaso, vacío, peligroso, riesgoso, disfuncional, desarticulado, fracturado, asimétrico, violento, desesperanzado, pasivo, resignado, indisciplinado, cuadrúpedo, antipoético, pobre y anti-heroico. La historia les pesa a los jugadores, por eso no pueden con su alma, porque la mayoría no han logrado comprenderse ni explicarse como individuos ni como nación. A veces se zafan de la historia, pero es más un accidente deportivo que un asunto político. Le confieso, los únicos que triunfan si gana o pierde el junior, es toda la familia Chard, ellos son los que le venden la fantasía a la gente.
Se nos hizo tarde, Samuel dijo algo ininteligible y se marchó a toda velocidad en su auto nuevo. Yo caminé entre el gentío de la ciudad y me perdí en la noche. Algo había cambiado en mi relación con el junior y la ciudad, algo punzaba mi desesperanza…