Gato. No es un león ni un tigre, pero es felino. Su figura ha trascendido el tiempo de la hoguera y la veneración, hasta quedar prisionero de su propia figura y bella ternura. La ignorancia común le ha otorgado un origen extraño, pero su dinastía y realeza lo han salvado del ostracismo. Observarlo caminar nos retrotrae a un universo salvaje y prohibido, al prejuicio de la carne y la carnicería. Aunque en el viaje de la domesticación, el salto de la caza de ratones a la ternura de lo humano, lo convierte en amigo del hombre. Es una entrañable criatura cargada de misterio y sin embargo, también tiene el ADN de un ser inigualable. Ese es el gato, más animal que el amo, pero también más humano. Y siempre será agilidad, ternura, recuerdo de otros seres, compañía y la rara fascinación por lo humano y lo gato. Ser gato no lo convierte en animal, sino en misterio, en símbolo, en gota de tigre, o en aquella extraña veneración por la que muchos dilapidaron la vida, aunque hoy esté en casa para suplirle algo al animal humano, quizá la alcancía de la soledad o el vacío espiritual que a nosotros nos falta.
