Imagen de Andreas Lischka en Pixabay

De la inutilidad de ciertas cosas

Gato. No es un león ni un tigre, pero es felino. Su figura ha trascendido el tiempo de la hoguera y la veneración, hasta quedar prisionero de su propia figura y bella ternura. La ignorancia común le ha otorgado un origen extraño, pero su dinastía y realeza lo han salvado del ostracismo. Observarlo caminar nos retrotrae a un universo salvaje y prohibido, al prejuicio de la carne y la carnicería. Aunque en el viaje de la domesticación, el salto de la caza de ratones a la ternura de lo humano, lo convierte en amigo del hombre. Es una entrañable criatura cargada de misterio y sin embargo, también tiene el ADN de un ser inigualable. Ese es el gato, más animal que el amo, pero también más humano. Y siempre será agilidad, ternura, recuerdo de otros seres, compañía y la rara fascinación por lo humano y lo gato. Ser gato no lo convierte en animal, sino en misterio, en símbolo, en gota de tigre, o en aquella extraña veneración por la que muchos dilapidaron la vida, aunque hoy esté en casa para suplirle algo al animal humano, quizá la alcancía de la soledad o el vacío espiritual que a nosotros nos falta. 

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