Y sí, es un hombre, una gota insignificante frente al infinito perfecto de aguas y olas marinas.
El hombre mira el mar – el océano también lo mira- y sabe entonces que él es la imperfección, el rebrote, la semilla cantada de la maldad.
Cierra los ojos y se lanza al agua. No sabe más, no quiere saber más del dolor de la semilla. P.C.C