La cuca

“¿Qué tiene la cuca que ni siquiera las revistas de desnudos más famosas como Soho o Don Juan la muestran? ¿Qué quieren proteger? ¿Es más impúdica la cuca que los senos o las nalgas, o el pene? ¿Es el cuerpo realmente indecente? ¿Por qué despidieron del colegio San Carlos a Kelley Nicole Knapp, si es una buena muchacha?

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Un amigo de avanzada edad recuerda la cuca -la que disfrutó en su juventud- y habla de ella con una ternura de pájaro herido que termina empañando con las lágrimas sus ojos claro; decía de ella: “…era algo hermoso, no sé cómo describirla, pero era gordita, no sé, lo más lindo que he visto y amado en mi vida”. Intento imaginarla y sobrevienen a mi mente imágenes de ella, grandes como una montaña y pequeñas como una hostia, con o sin alas, robustas y raquíticas, solitarias y terriblemente sociales, lesbianas, temerosas, cohibidas y algunas veces libertas, como aves de la selva. En fin, imágenes de todo tipo de mi memoria amorosa y pornográfica. Él continuó hablándome de la cuca como una perdida insalvable en su inmortal edad, todavía con el duelo en su alma, en sus ojos, en su boca, en sus palabras, quizás en todo su cuerpo, o tal vez en sus calzoncillos.

Otro amigo menos romántico, dijo: “hablemos de la nariz, de las rodillas, de las nalgas y hablemos también de la cuca, y preguntó insurrecto: ¿por qué no hablar de ella con la misma naturalidad como hablamos de otras cosas, de la comida, por ejemplo, de los dulces, del dedo gordo del pie, del Papa, de las uñas y de los perros amaestrados del estómago, de los exámenes del colegio?” Guardé silencio y continuó imparable: “No entiendo por qué la gente considera indecente, deshonesto, inmoral, obsceno, desvergonzado, liberto, concupiscente, atrevido, procaz, descarado, ciertas partes del cuerpo. No lo entiendo”. Y continuó infatigable: “Es como si habláramos de Dios sin pensar ni mencionar el cielo.” Le dije que tendríamos que hablar de la historia de la cultura, de la costumbre, del cuerpo en la historia. Ahora quien guardó silencio fue él. No importa, le dije para continuar escuchándole. Háblame de la cuca. Y me inquirió: “¿Qué pensarán las mujeres de la cuca y sus cucas?” Creo que le dije que había que preguntárselo a ellas, a las cucas, a las mujeres. Y recordé “Los monólogos de la vagina” de la feminista Eve Ensler y le recomendé el video en YouTube.

Si uno piensa en la ontología de la cuca, y existe una antología, termina por preguntarse si es un animal independiente del cuerpo, o una cosa, o un órgano, y qué clase de órgano. Me pregunto qué lugar ocupa en el cosmos y qué relación tiene con el destino del otro, o con el origen de la vida, o con la muerte de la misma cuca, inevitable para la supervivencia de los demás.

De cualquier manera, es el tema de la finitud humana.

La cuca es la causante del origen del placer de la piel y de la obsesión terrible relacionada con el cuerpo, donado a alguien que amamos más que a Dios, o que a nosotros mismos, porque ella en verdad es la vida, la cima, la hostia, el pedacito de cielo que conmueve y mueve a los hombres, a las mujeres y al mundo.

¿Qué tiene la cuca que ni siquiera las revistas de desnudos más famosas en Colombia como Soho o Don Juan la muestran? ¿Qué quieren proteger? ¿Es más impúdica la cuca que los senos o las nalgas? ¿Es el cuerpo realmente indecente? ¿Por qué despidieron del colegio San Carlos a Kelley Nicole Knapp, hace pocos años por mostrar sus pechos, si es una buena muchacha? Los mirones como yo, no los voyeristas, los que amamos el cuerpo desnudo de las mujeres, queremos apreciarlo todo, la estética de sus pies y manos, igual la de sus ojos y nalgas, la de sus pechos, la de la espalda y muslos. Es decir, la estética de la cuca. Todo, para imaginar el ser, la dueña del cuerpo, posiblemente su alma y para amar su cuca, sus sueños y para poder recordarla en el torbellino de otras cucas, así como recordamos ojos y rostros. O para masturbarnos de nostalgia, como lo hacía mi amigo de ojos claros cuando hablaba de ella. Lo natural es el cuerpo, todo el cuerpo, por eso es frustrante no verlo todo, desde la cabeza hasta los pies. Es absurdo el taparrabos de las revistas, así como es absurdo el taparrabos de las tribus salvajes que apreciamos en los documentales científicos por televisión.

Otro amigo caleño dice que el rostro de una mujer se parece siempre a la cuca, porque él lo ha comprobado empíricamente en sus viajes por bares y mares.

El desnudo lejos en el tiempo en Bogotá, donde participaron miles de personas para el lente de Spencer Tunick, es una muestra de la re- conceptualización del cuerpo, al despojarse no solo de la ropa, también de la vergüenza, vergüenza moral-religiosa, pero nunca despojo del pudor, que es la malla natural de la decencia humana y la inocencia. En las fotografías se puede apreciar la desnudez y observar también la conservación de lo púdico y la belleza del cuerpo.

En Japón cada año se celebra el festival de la fertilidad en la aldea de komaki, al sur de Tokio, en el que se  recorren casi dos kilómetros para transportar un pene gigante, pero también para consumir helados con figuras pénicas, realizar rituales y ceremonias en honor a la vida y todo con la mayor naturalidad del paraíso, así como lo asumió la autora norteamericana en “Los monólogos de la vagina” y sus copartidarias, que fueron repetidos luego en los teatros de la nación por actrices colombianas.

O como ocurre en “El libro del pene,” de Joseph Cohen, quien asumió el tema con la mayor naturalidad y sin pensar en la malqueriente tradición de la pena y la vergüenza. (2)

He conocido historias de los cucasuicidas, que son aquellos individuos-hombres que se han lanzado del cielo por la cuca, otros que han ingerido veneno o que se han colgado de una viga por no soportar su ausencia en sus vidas, otros que se han pegado incluso un tiro, o que han arriesgado todo por ellas, incluso sus vidas, la familia o el barrio.

La cuca es historia, tiene historia. ¿Cuántas elecciones se han ganado o perdido por la cuca? ¿Cómo ha contribuido ella a soportar o ganar varias guerras? Pues bien, la cuca ha sido utilizada como herramienta de reconciliación y hacedora de paz. Se cuentan historias de mujeres que la utilizaron para acabar la guerra entre pandillas (las cucas de Pereira), o entre tribus (las cucas en Filipinas), o detener la guerra civil liberiana (caso de la cuca de la Premio Nobel, Leymah Gbowee, que consiguió detener la guerra civil liberiana con las piernas cruzadas) (1), o la historia de las mujeres del Chocó, quienes también cruzaron sus piernas para acabar con la guerra. O Lisistrata en Grecia, que convenció a las mujeres para cerrar las piernas hasta que los hombres pactaran la paz y sacaran a sus hijos de la guerra.

En “Los monólogos de la vagina” hay una joven que dice no entender nada, porque le quieren hacer creer que la cuca es una rosa, cuando para ella es otra cosa, por supuesto. Tristemente esta pobre mujer no logró comprender la metáfora, o quizá ignoró la belleza de lo que tiene entre sus piernas, lo que mi amigo de ojos claros definió como “lo más lindo que he visto en mi vida.”

  • Ver: Polvos que cambiaron el mundo: Ocho episodios sexuales que modificaron la Historia. Héctor G. Barnés. El confidencial.
  • Ver: El libro del pene. Joseph Cohen. Könemann. 2004.

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