Rosana Margarita Auqué
La belleza es una fuerza por sí misma.
Como decía Dostoievski: “La belleza salvará al mundo”, esta es la belleza que nos lleva a la eternidad.
Permanece dormida hasta que le prestamos atención, tiene el poder de cambiar el mundo, pero somos nosotros los únicos capaces de despertarla cuando la reconocemos en nuestra vida, es más que aquello que nos puede alegrar la vista, se trata de una experiencia del corazón, la mente y el alma, que procede de nuestra disposición a descubrir lo que casi siempre llamamos la cotidianidad de la vida”. Gregg Braden.
Bienvenidos a mi columna “Pensamientos de la belleza”. Este será un espacio de reflexión que espero nos ayude a descubrir la belleza que existe en la naturaleza, en cada objeto, época y circunstancia. Que nos incentive a encontrar y a despertar la sensibilidad que existe dentro de cada uno de nosotros ante lo que le da el verdadero sentido a nuestra vida.
Antes que nada, quisiera comenzar pensando en un mundo sin belleza, para esto hagan este ejercicio conmigo… ¿Cómo se lo imaginan? ¿De quién hablaríamos hoy si no hubieran nacido las culturas milenarias que por amor a la belleza lo han dado todo? Esas que nos han dejado en herencia su legado y que por su total entrega han elevado los pilares sobre los cuales nos movemos como sociedad, alcanzando así un mayor nivel de conciencia.
¿Qué sería de nosotros sin la literatura, el arte y todas las expresiones que provienen del alma? ¿Si no tuviéramos esos pequeños momentos de elevación que nos hacen sentir que tocamos el cielo, que nos conectan a un propósito mayor?
Cuando somos capaces de reconocer la belleza que nos rodea estamos más cerca de la divinidad y evolucionamos como sociedad. Asimismo, enriquecemos nuestra vida para vivir la mejor experiencia espiritual y sensorial para la que fue creada. Todas las culturas deben aspirar a llegar a ese punto superior y máximo que solo se puede alcanzar una vez que las necesidades básicas como la protección, el alimento y la salud han sido suplidas, es entonces cuando se busca ir más allá de las barreras físicas y nutrir el espíritu.
Como decía Dostoievski: “La belleza salvará al mundo”, esta es la belleza que nos lleva a la eternidad. Creo firmemente en que la vida que se nos regala al nacer es indisociable de lo bello, es parte intrínseca de nuestro ser y, por lo tanto, es nuestro gran deber identificarla y crearla en nuestro paso por la vida. El Magazín Cultural El Espectador