Tocaron la puerta y su madre se apresuró a abrirla. Vio el viejo disfraz de mico haciendo morisquetas en la calle, pero al observar sus pies cansados y gigantes supo de inmediato que era su hijo.
Pasa hijo, por favor.
Lo sentó en un sillón cómodo del patio y lo ayudó a desvestirse y a quitarse la careta.
Pero, no, no eres Javier, no eres mi hijo.
Claro, madre, soy yo, Javier, tú hijo.