Nanorrelatos

El difunto. Teníamos que convencerlo que no estaba muerto con su ojo de vidrio abierto para las bromas.

El africano. “África, África, gritaba el negro en ciudad del Cabo. “Negro, negro,” gritaba una y otra vez. Lo fusilaron por racista.

El ojo de vidrio. El optómetra analiza el ojo de vidrio del enclenque anciano y le advierte: “Señor, los ojos de las prótesis se cansan como los atletas.” Y ríe entre dientes.

El esclavo Menon. Los ojos de Menon brillan de lujuria incontenible al contemplar el cuerpo desnudo de la mujer del amo. Para ella Menon era solo un instrumento de trabajo.

La sonrisa. Nunca logramos convencerlo que estaba muerto a pesar de su sonrisa de vivo reciente.

El niño. Qué no haría yo para convencerlo que su pata de palo es un arma para cazar lobitos.

La espera. En un cuarto de hotel, un abuelo espera una gatita joven. Lo apremia el deseo carnal, pero lejos está de imaginar que su gatita se fugo con otro gato viejo.

El amor. Hizo el amor por primera vez y fue feliz, lo repitió y fue feliz de nuevo, lo hizo otras veces y fue menos feliz. Comprendió entonces que había inventado el aburrimiento.

La sonrisa. ¡No, no me mates! El arma se detuvo en el aire. El floriculturista observó la sonrisa de la orquídea.

Ausencia. Andrade salió maltrecha del accidente y sin una mano, que quedó allí, en un rincón del autobús, llorando inconsolable y triste, la ausencia del cuerpo

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