La escritora ganó el Nobel de Literatura 2022. Entrevista con la dueña de un poderoso universo literario.
Este jueves, la escritora francesa Annie Ernaux, de 82 años, fue galardonada con el premio Nobel de Literatura, por “el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal”, destacó la Academia Sueca.
Hay una dulzura en la voz que suena al otro lado del teléfono cuando la escritora Annie Ernaux contesta y se disculpa por no haber podido atender personalmente esta entrevista. “En las circunstancias actuales, es mejor así”, dice. Con ochenta años recién cumplidos, Ernaux mantiene intacta la osadía que desde siempre le ha permitido hablar sin pudores de sus experiencias personales, que a su vez son comunes para miles y miles de mujeres.
Sin pudores, en efecto, ha puesto sobre la mesa su propia vida: su deseo sexual, el diagnóstico de un cáncer de seno en medio de una historia de amor, el trastorno de alimentación que sufrió producto del afán de ser más atractiva ante los ojos de un hombre, el aborto del hijo de un hombre que le escribió en una carta que se las arreglara sola, la pasión de un adulterio, la vida entera que se cifra en una llamada para concretar la próxima cita, la ausencia de la menstruación como signo de culpabilidad, los días que se gastan en la futilidad de las tareas domésticas, destinadas exclusivamente a la agenda de las mujeres; su iniciación a la vida sexual, el “ojo avizor” de una madre que se excede en cuidados, al tiempo que la chica “se muere de ganas por hacer el amor pero solo por amor”, a pesar de que no sabe hablarles a los chicos; y, claro, los infinitos juicios morales que se desprenden en cuanto una mujer traspasa la línea de “lo correcto”.
La lista podría alargarse. Pero lo cierto es que esta mujer normanda transformó en escritura literaria todo aquello de lo que no se hablaba, no solo porque fuera, o siga siendo, tabú, sino porque además se consideraba que “nada de eso alcanzaba ni siquiera el estatus de un tema de debate”, dice ella.
Pero fue, a lo mejor, gracias al vacío de referentes de representación y a la imposibilidad de hablar abiertamente de esas experiencias que logró construir un imperio autobiográfico de una sobrecogedora universalidad. “La ausencia de sentido de lo que se vive en el momento en el que se vive es lo que multiplica las posibilidades de escritura”, se lee en su libro más reciente Memoria de chica (2016).
Es verdad que, por momentos, la ternura de ese tono de voz contrasta con la dureza y la honestidad descarnada que caracterizan sus obras y que le han valido múltiples reconocimientos, entre los que se cuentan el Marguerite Duras (2008), por Los años, y el Marguerite Yourcenar (2017), por el conjunto de su trabajo, premios que tomó como “hermosas distinciones”, pues tiene “una gran admiración por quienes fueron ellas: mujeres de una extraordinaria libertad en sus vidas y sus escrituras”.
¿De dónde vino el coraje para escribir sobre esos temas?
Vino de muy lejos. Soy hija única y criada por unos padres sin instrucción, proletarios, pero que se preocuparon por mi futuro y buscaron que contara con un oficio para no depender de un marido y que tuviera un ‘yo’ y fuera dueña de mi voluntad y de mis ambiciones. Hay que recordar que nací en 1940, de manera que esa mentalidad era algo muy nuevo. También influyó mi modelo maternal y las experiencias que tuve y que cuento en Memoria de chica, que me hicieron avanzar mucho.
Son experiencias muy dolorosas las que narra en ‘Memoria de chica’. Es la mujer y la escritora, en 2015, tratando de comprender a la chica que fue en el verano del 58, cuando inició su vida sexual con H, con quien entabló una relación de una “desproporción insólita”, según escribe, por “la influencia en mi vida de dos noches con ese hombre y la nada de mi presencia en la suya”.
Hay un bien y un mal en lo que uno vive. Esa iniciación en la sexualidad, en la medida en que fue violenta y que estuvo rodeada de todos los sentimientos y consecuencias que describo, me construyó una mirada sobre el mundo sexual que fue, muy seguramente, propicia para lo que escribí después. Me hizo sumergir en mi experiencia y ponerla en primer plano. Deseaba analizar, desplegar y profundizar las experiencias que marcan y construyen, pero por fuera de toda teoría. Por eso, cada vez que escribo, desciendo donde hay sombras. En La mujer helada digo que no comprendo muy bien lo que vivo y por eso debo escribirlo para comprenderlo.
Ese descenso no es solo una recopilación y transcripción de eventos del pasado, sino que hay una extrema lucidez en el relato de ciertos episodios de su vida. ¿Cómo toma distancia en el proceso de escritura?
Es difícil de explicar, pero puedo hacer una comparación: es como si en mi memoria hubiera habitaciones cerradas y la escritura fuera entrar en esas habitaciones oscuras, avanzar poco a poco, tocar las cosas, abrir las puertas y las ventanas.
En Francia se ha planteado que Memoria de chica debería ser una lectura obligatoria en el bachillerato. ¿Cree que el lector ideal de ese libro son adolescentes que están viviendo o están expuestos a vivir lo que cuenta ahí?
Si esa medida se llevara a cabo, sería efectivamente la señal de una toma de conciencia. Pero más allá de eso, pienso que es la edad en la que se forma la representación del otro. En ese sentido creo que Memoria de chica puede cumplir la función que cumplió para mí, a los 18 años, la lectura de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir.
¿Por qué?
Creo que la situación que viví y que cuento de manera clara y autobiográfica en mi libro puede permitirles a las chicas y a los chicos proyectarse en la misma situación. La diferencia con El segundo sexo es que es un libro filosófico y teórico, pero recuerdo que lo que amé de él eran las situaciones concretas: la noche de bodas, que era siempre una violación; las mujeres que trabajan en la casa haciendo todo el oficio y, al mismo tiempo, la gran mirada filosófica que entrañaba sobre cómo las mujeres estaban en un mundo dominado por hombres, en el que ellas representaban la inmanencia, es el término que ella emplea, y los hombres, la trascendencia; es decir que los hombres nacen con todas las posibilidades de libertad, en cambio las mujeres son sumisas al deseo, la voluntad y las leyes de los hombres. El hecho de leer un libro se conjuga con la propia historia. Me di cuenta de mi sumisión y ahí tuvo lugar ese rechazo orgulloso de todo lo que pudiera tocar de cerca o lejos la sexualidad. El cuerpo se convirtió para mí en un objeto que me asqueaba, caí en la bulimia, estuve muy mal con mi cuerpo. Existió esa ambivalencia del hecho de leer a Beauvoir. Además, tenía el ejemplo de mi madre: una mujer fuerte que en su pareja fue la “ama” que nunca se dejó dominar, algo que encontramos en El segundo sexo, cuando Beauvoir habla de la igualdad que puede existir en una pareja de comerciantes, porque efectivamente mis padres tenían una tienda. Pero en la sociedad, que era tan machista, solo hasta los años 70 pudimos decir: “Mi cuerpo es mío”, y solo ahí hubo un verdadero cambio. Porque antes, por ejemplo, todo lo que implicaba la anticoncepción y el aborto era prohibido. Y, claro, Simone de Beauvoir fue muy activa en ese movimiento.
Usted comenzó a publicar sus obras precisamente en los años 70. ¿Cree que los movimientos actuales, como #MeToo o #BalanceTonPorc (Denuncia a tu Cerdo), han cambiado la recepción de sus libros?
Sí, es innegable. Memoria de chica continúa su vida por fuera de mí. Fue escrito antes del movimiento #MeToo, así que de alguna manera ese movimiento le dio su justificación. No digo que #MeToo le deba algo, pero estoy contenta de haber estado en el fondo de este movimiento. Lo miro viviendo y me regocija que, en alguna parte, la chica del 58 de la que hablo allí está presente. Es como una suerte de resurrección. Y claro que ha cambiado. En 1981 publiqué La mujer helada, en el que recordaba mi itinerario de mujer y evocaba la carga mental de las mujeres que deben ocuparse no solamente de su profesión, sino de los niños, de la casa, etcétera. Ese libro fue muy cuestionado y no fue bien recibido, ni siquiera por feministas, que pensaban que ese no era un verdadero combate, que yo estaba en una especie de borde y que eso no era ni siquiera un tema. Luego, con Pura pasión (1992), acerca de mi relación con un hombre casado, se abrió una discusión enorme en Francia sobre si una mujer podía escribir eso; en cambio, los hombres no se han preguntado jamás si pueden escribir sobre una pasión sexual y sensual. Estuve un poco adelantada con relación a la sociedad.
En varias de sus obras menciona su diario íntimo. ¿Cuál ha sido el rol de ese diario en su escritura?
Llevo un diario desde que tenía 16 años. El periodo más interesante fue, sin duda, entre los 16 y los 22 años, pero fue destruido por mi madre. Recuerdo haberlo leído en el verano de 1968, cuando regresé a su casa en las vacaciones. Luego ella vino a vivir con mi marido y conmigo y no lo trajo, así que deduje que lo había leído y destruido. Nunca hablamos de eso, pero contenía lo que es hoy Memoria de chica, de manera que nunca pude trabajar con él. En todo caso, recuerdo bien algunas partes porque tenía tanta vergüenza de lo que había escrito que tampoco podía olvidarlo. Solo dispongo del diario a partir de los 22 años. De todos modos, los libros son otra elaboración, pero es cierto que me serví de él para El acontecimiento, en el que hablo de mi aborto, y para La mujer helada.
¿Le es difícil volver al pasado y escribir sobre él o es un movimiento fluido entre su memoria y su mano?
Lo difícil no es el recuerdo, sino la escritura. Porque la memoria me vuelve fácilmente, puedo hacer sin dificultad diez páginas en un día sobre algo que recuerdo, pero eso no es escribir. Escribir es pensar cómo puedo hacer para que los eventos no sean simplemente depositados, sino que estén bajo una luz, bajo una comprensión, y eso es otra cosa que demanda muchísimo trabajo. Cada vez que me confronto con la escritura de un libro, como ahora, mido hasta qué punto es complicado, difícil y obsesivo.
Su escritura es completamente autobiográfica y tan honesta que la deja desnuda frente al lector. ¿Cómo llegó a esa forma?
Comencé por la máscara de la novela autobiográfica con Los armarios vacíos. Lo llamé novela, pero era completamente autobiográfico; además lo escribí en secreto, ni mi marido ni nadie sabía que estaba escribiendo. Lo envié a la editorial sin advertirle a nadie y solo cuando me propusieron publicarlo, conté que había escrito un libro, así que tuve una cierta libertad, bajo la máscara de la novela. Después, progresivamente, me fui sumergiendo en mi historia de mujer con La mujer helada y me habitué a decir las cosas sin reserva. Pero fue ciertamente en el libro sobre mi padre (El lugar, 1983) que la novela me fue estrictamente prohibida. No podía hacer una novela porque solo podía escribir la verdad, asumiendo mi rol de hija. Después, el ‘yo’ enteramente autobiográfico se impuso.
Precisamente, en su libro ‘El acontecimiento’ evoca el “derecho imprescriptible” de escribir sobre lo que ha vivido…
Lo que he vivido le pertenece a la humanidad, no creo que sea algo solamente personal. Son experiencias que me atraviesan. Ese término me gusta mucho. Quedo atravesada por eventos y pensamientos. En mis libros ha quedado claro de qué forma la Historia me ha atravesado como mujer, como ciudadana, como francesa. Los eventos que me han sucedido como mujer pertenecen a las mujeres. Incluso si me es duro representarme y volver a ellos, se los debo a las mujeres porque si no los escribiera, me estaría sumando a la dominación masculina del mundo. Eso tiene que ver con las razones por las que uso la escritura autobiográfica.
‘Regarde les lumières mon amour’, su penúltimo libro, tuvo como punto de partida sus visitas y observaciones a un hipermercado y desde ahí logró hablar, por ejemplo, del amor…
Todas las cosas materiales, verdaderamente materiales, no están separadas de nuestra vida, ni de nuestros sentimientos ni de nuestras vivencias. No hay un ‘a un lado’. Es decir, no es que hacer el mercado esté de un lado y oír música clásica esté de otro. Hay una imbricación. Una pareja que al comienzo de su amor hace las compras juntos tiene algo hermoso.
¿Podría adelantarnos cuál será el tema de su próximo libro?
Es muy difícil resumir un libro y más antes de que salga. Pero puedo dar pistas: hay un itinerario de mujer, todavía el mío, de cómo uno se separa de alguien. También hay unos lugares importantes para mí: la historia de una escritura de fondo y la vejez, porque, como sabe, tengo 80 años.
En ‘Memoria de chica’ escribe: “El tiempo se encoge ante mí. Forzosamente habrá un último libro, como hay un último amante, una última primavera, pero ningún signo que me lo indique”. ¿Piensa en la muerte?
Claro. No sé quién pueda no pensar en eso como un hecho a partir de cierta edad. Es algo que se acerca. Cuando se es niño la muerte no existe o, si acaso, existe la de los otros hasta que empieza a aparecer poco a poco. A mi edad es evidente que está ahí. No me es indiferente.
¿Esa manera de concebir hoy la muerte guarda alguna relación con la manera como la describió en ‘¿Una mujer’, en el que habla de la muerte de su madre?
La muerte de mi madre fue una gran ruptura porque llegó súbitamente. Ella estaba enferma de alzhéimer, pero la gente no muere de eso. Cuando ocurrió, no imaginé que pudiera desaparecer así, como si su existencia se hubiera borrado de un solo golpe, de una manera tan brutal. En ese momento fui incapaz de escribir lo que quería, y al mismo tiempo me era imperioso escribir sobre ella, sobre su vida. Era el sentimiento y el deseo de resucitarla, de hacerla existir, no tanto como mi madre en sí misma, sino porque, tal vez, ella les recordaría a los lectores y lectoras a sus propias madres. Y eso es lo que, en el fondo, pasó. El Magazín Cultural, El Espectador
MELISSA SERRATO
CERGY
FRANCIA