Historias de otras vidas IV

Hay tipos de tipos, pero hay algunos que no les importa el nosotros. Les importa su vida. Y son de apariencias simpáticos, inteligentes y con algo de humor ligero, algunos. Es la maldita máscara, porque esencialmente son como todos los seres humanos del orbe, frágiles, vulnerables, aunque busquen las lámparas del éxito, los aplausos sociales y los reconocimientos. Siempre quieren estar en los primeros puestos, porque para ellos la vida es una larga competencia, competencia que los arrastra y los conduce finalmente al charco de los dolores. Porque no todas las veces les va bien. Eso le pasa a todo el mundo. Aceptemos, otras veces les va mejor. También se llevan las migajas de la derrota a casa. En el afán de alcanzar una estrella, mienten, inventan historias de ficción, manipulan y mueren en el intento. Y se llevan por delante a los amigos, al perro y al burro de la cuadra. Sin embargo, no toda la humanidad se cree mejor y poderosa. Este otro sujeto del que hablo y conozco, es humilde y sí, poderoso espiritualmente, porque sabe que morirá algún día y, sobre todo, que hay más gente buena y mejor que él, que se reconoce mortal como un pajarito del barrio. A este tipo, al que admiro sobremanera y sin dudarlo, le importa un pito la fama o el éxito. Cuando le llega lo asume como un traje de trabajo, nada más. A él solo le importa la gente que ama y a los que está por conocer y amar. Con gente como este amigo mío, al que puedo nombrar Libardo, a uno le gustaría acompañarlo para señalar en el cielo estrellado los sueños de él y el de todos.

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