El fútbol mundial en cuatrocientas palabras

Hay patadas que duelen, minutos largos y aburridores esperando la epifanía de una jugada, o un gol inesperado, una sorpresa, mientras la historia del balompié nos patea la rebeldía, la geografía hace lo mismo, el desierto y los muertos inmigrantes de Catar también por la hechura de los estadios, los que defienden el fútbol por encima de la misma belleza de la vida, los periodistas que se atreven a opinar que la muerte no importa, que las mujeres no importan, que las inmigrantes domesticas no importan. En fin, que el balón, las piernas y los goles son más importantes que la misma vida humana. Sí, claro, vivimos de los pies y de las faltas de la razón. No importa si el fútbol me da de comer, de vivir como un príncipe destronado. No importa, al fin y el cabo el juego es un negocio privado, que le importa muy poco el mundo. Sí, el mundo, porque en todas las partes del globo terráqueo hay miseria, dolor, pobreza y sin razones. El mundo y el negocio del balompié catarí, no es el universo nuestro, es más bien otro negocio oscuro, indolente, hecho trampa, injurioso, mafioso. Y en una ciudad desértica. Hay algo de oscuridad invisibilizada en Catar cuando un jugador chutea la esférica, o cobra un penalti, o hace una cabriola, o cuando el espectador se mira en las cámaras del estadio, hay algo innombrable para los que apenas nos asomamos a las páginas deportivas de la prensa escrita o a la luz fosforescente de las pantallas de los televisores. Las porquerías no santas de la FIFA importan muy poco cuando la dictadura del fútbol mundial no tiene oposición. Nada más imaginar los ojitos de miles y millones de televidentes pegados a los televisores paseando sus ojos por cada movimiento en el campo de juego, adictivos al juego del balón y las piernas. El fútbol no es más importante, que la fruslería, es fruslería. Y lo es a pesar de las teorías sociológicas y poéticas de los amantes del balompié, a pesar del tiempo improductivo y vago de miles de aficionados, que a falta de empleo y otras opciones culturales en sus territorios, se abandonan a la magia de la imagen en movimiento de los programas deportivos de la televisión. O de oídos y radio. Lo que todavía nos falta ver es impensado, oscuro. Animal.   

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