Baricco

Eran tiempos de guerra,

Seguir vivo era un milagro.

Los abuelos acostumbraban a colgar el ataúd encima de la cama, o sea, en el techo.

El ataúd estaba presente en sus vidas, quiero decir la muerte. Vivían sin el temor de ir al cielo o al infierno. Era una manera de no vivir preocupados por acontecimientos extraordinarios.

Baricco era un sujeto peligroso, se alquilaba para matar gentes. Dormía en su propio ataúd, que le servía de cama. Estaba construido en madera rustica.

No creía en la muerte, aunque él enviaba para el otro mundo los encargos que le hacían hombres también peligrosos. Generales de alguna república en crisis.

Su familia era una gallina, un perro y el revolver. Eso era todo.

Era austero.

Vivía fuera de la ciudad, en un campo arisco y verde.

Soñaba con otro perro y un gallo.

La familia tenía que crecer y lo decía al bravo viento.

Un comandante militar le encargó un vivo, tenía que matarlo sin que el tipo se atreviera a pensar en la muerte.

Tenía que ser una muerte imprevista, como las loterías.

Cuando regresó a casa no encontró a su familia.

Descompuesto emocionalmente se envolvió en el ataúd y durmió toda la noche. El sueño, le decían, es reparador.

Recordó con un dolor en el pecho y se atrevió a pensar que era seguramente el duelo por la familia desaparecida.

Muy temprano buscó en los alrededores de la casa y no encontró rastros de vivos. Muy rápido desistió de seguir buscando a la familia. Se resignó porque le quedaba un hijo y el revolver.

A todos nos pasan estás cosas en la vida, pensó. Y siguió derecho, porque la vida nunca se estaciona en ningún lugar.

Llegaron a buscarlo unos desconocidos, siempre lo buscaban personas que él nunca había visto en su vida.

Y eso a él le gustaba.

Era trabajo.

Le preguntaron si él era Baricco. Y lo confirmó con un movimiento de cabeza.

Y le preguntaron otra vez si era él, el que había sicariado a un hombre en Andalucía. Volvió a confirmarlo otra vez con otro movimiento de cabeza.

Y los sujetos de la ciudad lo acostaron en el ataúd.

La muerte a veces es como un sueño, no el advenimiento de otro amanecer.

Nunca lo permite.

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