“¿Sabes? —dice—, nadie sabe por qué. Se empieza. Y luego sucede, se escribe, se continúa”. Margarita Duras
“El diario íntimo es una ocupación peligrosa que puede cerrar la comunicación con los otros y confinarnos a un soliloquio estéril y secreto” Julio Ramón Ribeyro
Un día es un pozo de sorpresas, unas agradables y otras desagradables. Hoy, por ejemplo, murió mi gato. Lo tuve que enterrar como se entierran los gatos. Supongo que a los perros hay que enterrarlos como perros.
La mano que ama y que acaricia tu piel, es la misma mano que golpea y la misma mano que se volca en el papel en blanco para olvidar la tragedia.
“Tener que luchar con lo que soy y con este fragmento deforme del bien y el mal. Un día me dejo convencer del bien y otro día, es el mal el que gobierna mi vida. Sé que algún día ganará el bien, pero deseo la belleza del mal. Supongo que dejarme vencer por ella es como el suicida que se dispara un tiro en el pie.”
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No, no soy poeta, ni filósofo, ni nada. No soy nada. Repulsión al deseo de ser alguien, de alcanzar el éxito, de ser doctor. Nada. Mi alma descansa en la vagancia, en el no ser, en la contemplación. Solo amo una cosa, la belleza, y en cualquier parte, donde se encuentre, en el barro o en el cielo, o en la derrota la persigo. Soy un hombre de derrotas eternas.
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El amor, ese mito romántico de la humanidad, lo siento adelgazarse, ya no es el mismo, el pobrecito morirá pronto, perdió el apetito.
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Estoy ensayando otra clase de amor, más sexual, más perverso, malo. Él me andaba buscando mientras yo la buscaba. No tengo idea cuando al amor de bragueta se le quitará el susto. Ahora soy más feliz que el perro.
La muerte no es tan mala como la vida. Ella se llevó a Irene, una vecina con cáncer de piel.
¿Qué tan fuerte es la conciencia para soportar la vida? La estoy midiendo.
En estas noches azules, la brisa nos salva del aire acondicionado.
Debería morirme un día y regresar a la vida cien años después. Comprobaría otra vez las hipótesis del malestar humano.
La infidelidad, otra pasión humana.
El amor, tan helado, tan frío, que a veces también es una cuchilla que lastima la cordura.
Es imposible olvidar el cumpleaños. El tiempo es implacable con todos, en especial con los extremos: jóvenes y viejos. Los del centro vagan en una nube intemporal. El cumpleaños es una trampa subjetiva, porque el reloj sigue derecho.
Soy hijo de una geografía: Colombia. ¡Qué susto!
La tentación del sexo o la tentación de la soledad: he ahí el dilema mayor, mayor que el suicidio.
Estoy excitado por mi encuentro con otro grupo humano de la Universidad. Sospecho que todo encuentro nuevo entre humanos excita por la expectación que conlleva convivir. Todavía no sé qué voy a encontrar, tal vez aquello especial que busca el arqueólogo en el territorio más olvidado por el hombre.
“La guerra es un juego de lobos. No, es un juego de niños.” Eso me dijo un chaval de 60 años.
Aquí hay alguien que me perturba: Yo.
La democracia es al principio un animal salvaje al que hay que educar poco a poco para convertirlo en un animal democrático.
Hoy recordé a las tres de la tarde y ya no pude dormir más. Pensé en aquellos que no pueden pegar un ojo en toda la noche, en los malos pensamientos que los atormentan como a mí a estas horas del día. Y me dije a mismo, carajo, la noche es eterna.
Estoy de vuelta a la calle de la Ciénaga y he vuelto a observar otra vez a este extraño sujeto medieval, viene en medio del miedo de su propia impotencia, de su prpia soledad; quizá dude de la fe y, sin embargo, el látigo corta la duda y lo ayuda a soportar la pesada carga de la miseria humana. El milagro, otro espejismo más de la vida religiosa, está soportado en la desesperanza.
Todos tenemos y llevamos una vida secreta en la cabeza.
La perfección es una utopía, pero hay que intentar llegar algún día hasta el dintel de la puerta.
La brevedad no tiene la pretensión consciente de la síntesis; es más bien un accidente de estilo; es una rebeldía para ir en contra de la verborrea ministerial de los sacerdotes de la novela.
De alguna manera seremos olvido, de alguna forma nos iremos al eterno vacío. Algún día como la tarde, como el sueño y el olvido; de alguna manera seremos otra vez tierra, piedra, nada.
Morir e irse como una explosión acompañada de dolores regados en todas las esquinas de la casa.
Fui al baño. Deyectar no se hace sin algo especial que leer. Abrí la revista Soho y salió Lina Tejeiro, la hermosa modelo y actriz de Ley del corazón, y la cerré inmediatamente, por física pena, no deseaba que viera en mi rostro, la puja del cuerpo.
Hay amigos que en medio de la demencia de la invencible guerra colombiana y de la demencia de todos los días decidieron aniquilar a los amigos, así como se aniquilan gatos, perros y vacas.
Cada uno en su lugar. Están los escaladores de montañas, o los ciclistas que llegan primero a la meta, o los atletas que corren kilómetros y kilómetros incansablemente para triunfar, y están los segundos y los terceros. Yo soy un escritor del patio, un amante de la derrota.
Ser joven o viejo es un misterio para todo el mundo. Además, a nadie le importa si estás vivo. Los jóvenes creen que los hombres maduros están ya muertos de algo. Exageran, o les han llenado la barriga y la cabeza de basura antigeriatica. Ellos, los mozos, odian la muerte y algunos la vida. Yo amo la vida. Los jóvenes son indiferentes al guiño de la luna, el provecto la disfruta y se sienta a verle los ojos; el mancebo apenas tiene conciencia de la respiración, el viejo le siente los pasos; el pelao come a toda prisa, el abuelo digiere el verso del plato, le busca el sabor y cree en la paciencia; al joven lo mata la prisa y llega desesperado al lecho del amor, el longevo arde de sabiduría erótica y contempla extasiado primero el cuerpo y luego como un pez nada en aguas profundas y desconocidas; el jovenzuelo cree que tiene toda la vida por delante, el hombre centenario tiene conciencia del instante mortal de seguir vivo; el adolescente se queja desesperanzado por las circunstancia de la vida, el abuelo sabe que vivir no es fácil, que todo se repite y espera en la esquina otra vuelta para regresar de nuevo al juego del mundo; el jovencito no piensa mucho, el viejo abandonó el pragmatismo y se metió en los terrenos del pensamiento libre. Él espera, es el de los que juegan con el abecedario y crean finalmente nuevos caminos.
Me detuve para verla caminar, no me importaba si se llamaba Rita o Bridget, solo me interesaba observarla, verla mover las piernas, las caderas y las nalgas para apreciar su movimiento y su ritmo corporal y, sobre todo, la veía para captarle lo extraño, verla andar como no humana, como un animal venido de otro planeta. Por largo tiempo seguí pensando en ella y la pensé rara. En muy pocas ocasiones nos atrevemos a despojar de humanidad al otro, en especial a un ser querido. Pasé, confieso, varias noches soñando con seres humanos de verdad.
A Rosita la conocí en la universidad, fue mi alumna en la facultad de sociología; también estudiaba antropología. Su singularidad no era su belleza ni su extraordinaria inteligencia – que le servía de rasero ético para indagar el mundo – sino su decisión interior de ennoviarse con los denominados feos. Salía con ellos para buscarles la belleza interior; si ésta era invisible o intocable para ella, la buscaba en otro feo. Su relación duraba el tiempo de búsqueda justo. La tenía sin cuidado lo que pensarán los demás de ella. La habían tildado de excéntrica y le habían cargado la espalda con otros estigmas de la cultura para mellar sus convicciones. Y ella continuó en solitario como la luciérnaga en la noche. Sin embargo, como si nada afectara su existencia, seguía con el experimento de las relaciones sociales humanas con los feos. No quiso nunca pensar ni darles respuesta a las preguntas necias de la gente. Ella las sabía y las guardó en su corazón. Una vez culminó las dos carreras en las áreaS de humanidades, se fue del país. Nadie supo para que lugar del mundo se marchó. Alguien la vio en una fotografía de prensa en la ciudad de Nueva York y perjuró que era ella, porque era idéntica a la Rosita que conoció en la universidad. Además, dijo, que el hombre de negro que estaba con ella a su lado era muy hermoso.
El reloj es el esclavista, dirige nuestras vidas como un general detrás de las barracas en la gran batalla de la muerte, presiona hasta la última tecla de la angustia, nos observa y nos ama por negros y, además, por ser cumplidores de sueños; va adherido a la muñeca con displicencia inocente, sin advertir que nos conduce a la bella trampa de la muerte.