En octubre de 2021, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad propició varios encuentros entre las madres de desaparecidos de Argelia (Antioquia) y Elda Mosquera, alias Karina. La conversación se transformó en un ritual de reconocimiento y perdón en el cual la desmovilizada excomandante de las FARC reconoció que, desde cuando fue reclutada a los 16 años, la obediencia fue su primer motor de ascenso militar.
¿Es la obediencia en sí misma un valor?
En La condición humana, la filósofa Hannah Arendt retoma el legado platónico, la separación de saber y hacer que se instaló en las teorías de dominación: “La identificación de conocimiento con mando y gobierno y de acción con obediencia y ejecución rigió las primeras experiencias y articulaciones de la esfera política y pasó a ser autoritaria para toda la tradición del pensamiento político […]”.
La obediencia se asume como una acción que solo se ejecuta hacia afuera y se valora por el acatamiento a una orden, que usualmente proviene de un superior. Aunque el seguimiento de instrucciones es crucial durante toda la vida, es escasa la enseñanza de la obediencia como un proceso externo precedido de uno interno: quienes celebran “la carita feliz del más obediente” de su hijo en el preescolar, sin indagar en el porqué del estímulo, suelen ser los mismos que 10 años después le reclaman al adolescente: “¿Entonces si Fulanito se lanza de un décimo piso, vos también te tirás?”.
El primer acto de insubordinación significó libertad. En Sobre la desobediencia, Erich Fromm explica el significado de la que podría ser mirada como la rebeldía fundacional: “El «pecado original», lejos de corromper al hombre, lo liberó; fue el comienzo de la historia. El hombre tuvo que abandonar el Jardín del Edén para aprender a confiar en sus propias fuerzas y llegar a ser plenamente humano”.
El 8 de octubre de 2006 fue asesinado Raúl Antonio Carvajal. El suboficial, con nueve años de servicio activo en el Ejército de Colombia, perdió la vida por desobedecer: “Papá: yo me voy a salir del Ejército porque esto se está poniendo muy feo […] aquí quieren que yo mate a unos muchachos que no han hecho nada, para hacerlos pasar por guerrilleros, y yo eso sí no lo voy a hacer”.
El libro del duelo, de Ricardo Silva Romero, cuenta la historia de don Raúl, el papá del desobediente, quien gritó su dolor en El Ubérrimo, la Plaza de Bolívar, el Capitolio, la Casa de Nariño, la Fiscalía, la Procuraduría, la Defensoría, la Personería, las organizaciones de derechos humanos…
El “Padre de la Resistencia” entendió la soledad de su hijo y la repitió al retar a la autoridad en busca de respuestas. Ambos decidieron ser el hombre que se separa de la multitud, aquel al que engrandece Henry David Thoreau en Una vida sin principios.
El niño obediente no es aquel “que acata la primera orden”, sino quien lo hace desde la consideración ética de la instrucción recibida —si no se plantean dilemas éticos desde la infancia, entonces ¿cuándo?
“Si la humanidad se suicida, será porque la gente obedecerá a quienes le ordenan apretar los botones de la muerte”: ante la historia —heroica— de los Carvajal, hijo y padre, las reflexiones de Fromm son un oráculo.
Ricardo Silva Romero, “El libro del duelo”, Bogotá, Alfaguara, 2023.
07 de septiembre de 2023 EL ESPECTADOR